KORINTIADA (NOVELA PAISA)
Había dos camas vacías y en cuatro más las almohadas y las tulas hábilmente adocenadas, simulaban los cuerpos durmientes de los internos. Era evidente, se decía Gacinio, mientras recorría el amplio dormitorio de normalistas reclutados en los pueblos vecinos; que los machos, los más machos, andaban por la calle de las luces rojas, y los otros dos estaban en los oscuros cuartos de baño, entretenidos en la reciproca adoración de sus intimidades.
Palpó los bolsillos deshilachados de la levantadora, y contra su costumbre, no halló la libreta donde solía anotar las fugas descubiertas, las horas de regreso, las amonestaciones impartidas y las sanciones impuestas y severamente vigiladas.
_” No importa, se dijo; esta noche, la última que he de pasar en este desventurado pueblo, nada me importa”. “Que regresen o no, que los extenúe su crisis consuetudinaria de onanismo, que los expulsen del plantel o generalicen en él sus vicios crecientes, no me importa”.
Por rutina, el profesor recorría el destartalado dormitorio, surcado de profundos olores seminales, de respiraciones masturbadoramente sospechosas y de susurros que a veces parecían de ultratumba y a veces de colchón a colchón.
Llegó por fin al rincón, lenta, sigilosa, cautelosamente y se detuvo. Perdió la noción del tiempo. No se preocupo por orientar sus experimentadas orejas en persecución de los vaivenes sugerentes o de los ritmos saturnales, producidos en el sopor del insomnio o de las vigilias voluntariamente desveladas y desveladoras. [...]
Final:
“Me voy… Definitivamente me voy. No aguanto más el tiempo en este dormitorio de reclutas”.