PETROFAGIA (NOVELA PAISA)
LA
HORA
DE
LOS
CABALLOS
Vladimiro despertó allí. Precisamente allí donde tal vez jamás había estado o donde quizá siempre habría transcurrido su existencia, si era que su extraño modo de ser y de vivir podía dársele el sugestivo nombre de ``existencia´´.
Se palpó el cuerpo palmo a palmo y comprobó, no sin cierto asombro, que seguía tan íntegro e inalterado como antes. Sus grandes ojos azules delataron un enorme transfondo de angustia, fatiga y desconcierto, que parecía surgir de su misma personalidad pero que en realidad correspondía a un débil reflejo del ambiente, cuasisemicaptado en una fecha remota o muy cercana, que de una forma u otra sería difícil precisar por la abolición de los calendarios y de la gente que de ellos había menester.
Todo le parecía oscuro y sombrío y silencioso y solitario, aunque algo así como un séptimo sentido medio intuitivo, le indicaba que muchas pupilas móviles y estáticas lo estaban acechando y muchas voces de aplauso de admiración y de reproche, lo asediaban acosándolo o lo anonadaban alejándose, para tornar o manifestarse o a extinguirse, pero multiplicándose como los puntos de luz en las pupilas invisibles que lo avizoraban. [...]
Final:
[...] Anticipemos el "requiem postrero", mientras nos disponemos a librar la final batalla decisoria y a concelebrar el triunfo inevitable de todas las huestes laboriosas.
Fragmento